Ojo aviso que esto es un análisis profundo y largo de lo que supone la nueva guerra mundial arancelaria que anoche activó #trump con uno de sus #Trumpazos, así que si tienes prisa déjalo para otro momento:
Como experto en mercados, no puedo escribir este artículo sin contextualizar y analizar las recientes medidas arancelarias anunciadas por Donald Trump. En este artículo vais a encontrar infinidad de referencias a los medios de los que he tomado datos para mostrar el rigor necesario de un artículo sobre un suceso que claramente será un hito en la historia moderna, ¿hito positivo o negativo? Vamos a comentarlo aquí.
El presidente estadounidense ha lanzado la mayor andanada proteccionista de las últimas décadas, declarando el “Día de la Liberación” comercial con una serie de aranceles generalizados. En concreto, Trump ha impuesto aranceles argumentando que va a ajustar su política arancelaria en base a los aranceles que EE.UU. sufre por parte del resto del mundo, dice que no va a igualar los aranceles que el mundo ha puesto a EE.UU. porque no podrían pagarlos y se convertiría en una crisis global, pero que va a cargar la mitad de los que le cargan a EE.UU. por ejemplo en el caso de Europa, ascienden a cifras del 20% a las importaciones de la Unión Europea y del 34% a las de China, además de un gravamen mínimo del 10% a todos los bienes importados del mundo. Se incluyen también medidas específicas, como aranceles del 25% a la importación de automóviles extranjeros (efectivos desde ya) y porcentajes similares o superiores para países como Japón (24%), Corea del Sur (25%) o Taiwán (32%) En otras palabras, casi ningún socio comercial de EE.UU. queda al margen: Trump había prometido aranceles “recíprocos” contra aliados y rivales por igual, y lo ha cumplido elevando abruptamente la barrera arancelaria estadounidense.
Los principales medios económicos internacionales han descrito el alcance de estas medidas con alarma. The Wall Street Journal, por ejemplo, señala que la Casa Blanca busca establecer aranceles medios en torno al 15% sobre todos los socios comerciales de EE.UU. (Goldman Sachs Lifts U.S. Recession Probability to 35% - WSJ), afectando a un volumen de importaciones sin precedentes. La retórica oficial habla de “reciprocidad”, pero en la práctica estos gravámenes no guardan proporción directa con los aranceles que esos países aplican a los productos estadounidenses (La guerra comercial de Trump amenaza con provocar una recesión en Estados Unidos | Economía | EL PAÍS). La incertidumbre generada por anuncios erráticos y amenazas de más aranceles ya ha tenido impacto: la economía de EE.UU., que hace poco mostraba un crecimiento robusto y pleno empleo, empieza a dar síntomas de enfriamiento. La volatilidad en Wall Street se ha disparado y los inversores buscan refugio en activos seguros (el oro marcó máximos históricos) ante el temor a que esta guerra comercial pueda desencadenar una recesión (La guerra comercial de Trump amenaza con provocar una recesión en Estados Unidos | Economía | EL PAÍS). De hecho, la mera expectativa de estas medidas hizo que la bolsa estadounidense encadenase varias sesiones a la baja.
Wall Street advierte sobre recesión inminente
Las reacciones de las principales firmas de inversión globales no se han hecho esperar. En informes recientes, Goldman Sachs elevó la probabilidad de que EE.UU. entre en recesión al 35% en los próximos 12 meses, casi el doble de lo que estimaba antes (Goldman Sachs Lifts U.S. Recession Probability to 35% - WSJ). Sus economistas explican que esta actualización (desde un 20% previo) refleja “una base de crecimiento más baja, el marcado deterioro de la confianza de hogares y empresas, y señales desde la Casa Blanca de mayor disposición a tolerar debilidad económica a corto plazo en pos de sus políticas” (Wall Street firms see recession risk rising over tariff threats, trade war | Fox Business). Goldman también recortó su pronóstico de crecimiento del PIB estadounidense para 2025 a apenas un 1-1.5% (frente al ~2% anterior) y anticipa al menos tres recortes de tipos de la Reserva Federal este año para contrarrestar el frenazo. Paradójicamente, estima que la inflación repuntará hacia el 3.5% anual por el encarecimiento de importaciones configurando un escenario de estanflación latente.

Por su parte, JPMorgan Chase –el mayor banco de EE.UU.– advierte de un riesgo aún mayor. Su economista jefe, Bruce Kasman, sitúa ahora en 40% la probabilidad de recesión, desde un 30% previo. JPMorgan calcula que la nueva oleada de aranceles elevará el arancel efectivo promedio por encima del 10%, restando alrededor de 0,5 puntos porcentuales al crecimiento del PIB de EE.UU. (y mundial) en 2025 (JPMorgan eleva al 40% la probabilidad de recesión en EE.UU. | Benzinga España). Aunque ese impacto directo parece manejable, Kasman subraya que existe una “triple amenaza” que podría agravar la situación: primero, una erosión de la confianza inversora ante un entorno regulatorio impredecible; segundo, disrupciones en las cadenas de suministro globales (por restricciones comerciales y migratorias); y tercero, la posibilidad de una inflación al alza que limite el margen de actuación de la Reserva Federal. Si estos factores se combinan, advierte JPMorgan, incluso una economía que aún es fundamentalmente sólida podría descarrilar. No en vano, “la confianza de consumidores y empresas ya está disminuyendo” –el índice de sentimiento del consumidor de la Univ. de Michigan cayó a mínimos de tres años– y las encuestas apuntan a una caída en los planes de inversión empresarial. Varios indicadores adelantados de la Fed muestran una desaceleración marcada en la actividad a corto plazo.

Otras voces de peso coinciden en el diagnóstico sombrío. Mark Zandi, economista jefe de Moody’s Analytics, declaró que ha aumentado su estimación de probabilidad de recesión en 2025 al 40% (desde solo 15% a inicios de año) (La guerra comercial de Trump amenaza con provocar una recesión en Estados Unidos | Economía | EL PAÍS), citando la “caída en picado” de la confianza del consumidor y el gasto reciente “La intensificación de la guerra comercial... está detrás de todo esto y, con los nuevos aranceles a los vehículos y aranceles recíprocos, las cosas seguramente empeorarán”, añadió Zandi. Incluso firmas habitualmente optimistas como BlackRock se muestran cautelosas: su CEO Larry Fink ha señalado la creciente preocupación en Wall Street por los efectos de estas políticas, aunque algunos inversores intenten aprovechar la volatilidad. En general, los grandes bancos de inversión han ajustado sus modelos: se recortan previsiones de beneficios empresariales (Goldman redujo su meta del S&P 500 de 6200 a 5700 puntos (Goldman Sachs eleva a 35% la probabilidad de recesión para EU), se anticipan despidos en sectores expuestos y se destaca qué sectores sufrirán más.
¿Qué sectores son los más afectados? En el epicentro está la industria manufacturera y tecnológica, muy dependiente de las cadenas globales de suministro. Empresas como Apple, Tesla o Boeing ya acusan caídas en bolsa ante la expectativa de costes mayores y represalias extranjeras. Sin embargo, la automoción es quizás el sector más golpeado directamente. Los aranceles del 25% a los coches importados encarecerán no solo los vehículos extranjeros en EE.UU., sino también los nacionales, pues muchas piezas vienen de fuera. La agencia Fitch calcula que las ventas de autos ligeros en EE.UU. caerán a 16 millones de unidades en 2025, unas 300.000 menos de lo previsto antes de los aranceles (Aranceles a autos que impuso Trump elevarán los precios y golpearán la demanda: Fitch). Los fabricantes trasladarán parte del sobrecoste al precio final, pudiendo minar la demanda, y enfrentarán trastornos logísticos: “algunos fabricantes no podrán subir precios lo suficiente para cubrir el arancel de 25% y verán sus márgenes reducidos”, advierte Fitch. También señala que gravar las autopartes puede generar cuellos de botella, retrasos y disrupciones en la compleja cadena de suministro automotriz. Además de la automoción, sectores como la agricultura estadounidense temen represalias (China y Europa podrían restringir importaciones de soja, carne o lácteos de EE.UU.), y el sector minorista alerta de que los consumidores pagarán la factura en forma de precios más altos en todo, desde ropa hasta electrónica.

Impacto en Europa y España: entre la respuesta y la vulnerabilidad
Las repercusiones de esta guerra arancelaria cruzarán el Atlántico con fuerza. Europa, que ya lidiaba con perspectivas de crecimiento modestas, encara ahora un golpe doble: por un lado, sus exportaciones hacia EE.UU. se encarecen; por otro, la incertidumbre global lastra la inversión y los mercados financieros. La Comisión Europea ha endurecido el tono y promete responder. “Todas las opciones están sobre la mesa”, afirmó Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión, quien calificó los aranceles de Trump de “error” y advirtió que la UE tiene un “plan sólido para tomar represalias” (La UE, dispuesta a enfrentarse a los aranceles de Trump para proteger su Economía | Euronews).
Bruselas llevaba meses preparando contramedidas –que incluyen aranceles espejo sobre productos estadounidenses emblemáticos–, aunque ha decidido aplazar su implementación hasta mediados de abril para dar una ventana al diálogo. Aun así, la UE deja claro que “no dudará en tomar contramedidas firmes” si Washington no rectifica. En el Parlamento Europeo, Von der Leyen recordó la fortaleza del bloque: “Tenemos el mayor mercado único del mundo... la fuerza para negociar y para rechazar [imposiciones]… Europa no inició esta confrontación y siempre defenderemos nuestros intereses” La prioridad europea, insiste, es evitar una guerra comercial total mediante una solución negociada, porque “esta confrontación no beneficia a nadie” y podría tener “consecuencias económicas desastrosas” en un momento de frágil recuperación global.
España, como parte de la UE, se ve implicada en la respuesta común, pero también tiene sensibilidades propias. El gobierno español ya ha manifestado su preocupación: el presidente Pedro Sánchez anunció la creación de una comisión interministerial para el plan anti aranceles, coordinando acciones para proteger los sectores nacionales más expuestos (La guerra comercial de Trump amenaza con provocar una recesión en Estados Unidos | Economía | EL PAÍS). Entre ellos destaca el sector automovilístico, pilar industrial español, que podría sufrir indirectamente por los aranceles a los coches europeos (España es un gran productor y exportador de vehículos, principalmente bajo marcas extranjeras).
Si las exportaciones de automóviles europeos hacia EE.UU. se encarecen un 25%, fabricantes con plantas en España (como SEAT-Volkswagen, Renault, PSA, etc.) podrían ver reducida la demanda externa o verse forzados a recortar producción. Según Expansión, la asociación de fabricantes ANFAC advierte que estos aranceles “ponen en riesgo miles de empleos en la cadena de valor automotriz española”, tanto en montaje como en componentes.
El sector agroalimentario español también está en guardia. Productos emblemáticos como el aceite de oliva, el vino, el queso manchego o las aceitunas de mesa ya sufrieron aranceles estadounidenses en disputas previas (recordemos los aranceles de 2019 por el caso Airbus). Ahora, un arancel general del 10% encarecerá de nuevo estos bienes en EE.UU., pudiendo provocar pérdida de cuota de mercado frente a competidores de otros países no gravados. España, uno de los mayores exportadores mundiales de aceite de oliva, teme una caída de ventas en Norteamérica y ha pedido a la UE apoyo para compensar a los agricultores si la guerra comercial se prolonga.
En cuanto a energía, el impacto es más complejo. España importa gas natural licuado (GNL) de Estados Unidos, pero esos flujos no están (de momento) sujetos a arancel. Sin embargo, ha surgido un elemento inesperado: Trump habilitó a su Secretario de Estado para imponer un 25% de arancel a cualquier país que importe petróleo de Venezuela, incluyendo a España (La guerra comercial de Trump amenaza con provocar una recesión en Estados Unidos | Economía | EL PAÍS). Esta medida “secundaria” busca presionar al régimen venezolano, pero podría afectar a compañías españolas que refinen crudo venezolano. Repsol, por ejemplo, se vería ante la disyuntiva de asumir ese sobrecoste o buscar proveedores alternativos. Además, si la relación transatlántica continúa deteriorándose, no se descarta que la UE contraataque en el sector energético, quizá gravando exportaciones de gas o combustible estadounidenses, lo que encarecería la energía importada, lo cual nos muestra de nuevo que las políticas de protección de la unión europea son siempre las del tiro en el pie… ¿No se dan cuenta que encarecer con aranceles esas importaciones solo nos pone más cara la energía? En vez de buscar nuevo aliados y crear puentes intentamos pelear haciendo daño a nuestra economía con tal de fastidiar a un competidos para que que no tenemos repuesto.
La respuesta de la UE han dicho que será calibrada para causar dolor político en EE.UU. minimizando a la vez el daño interno. Se habla de focalizar los aranceles de represalia en productos estadounidenses simbólicos (whisky bourbon, motocicletas, vaqueros, etc., como se hizo en el pasado) para presionar a los políticos de estados clave. Pero a diferencia de episodios anteriores, Bruselas podría ir más allá del tradicional ojo por ojo en bienes, e incluir también servicios en su contraataque (La UE, dispuesta a enfrentarse a los aranceles de Trump para proteger su Economía | Euronews). Conviene recordar que, aunque EE.UU. tiene déficit en bienes con la UE (156.600 millones de euros en 2023), disfruta de un superávit en servicios (108.600 millones). Una restricción europea en áreas como servicios financieros, consultoría o licitaciones públicas dañaría a empresas norteamericanas líderes en esos campos. En todo caso, los 27 están tratando de mantener un frente unido: todos coinciden en que “los aranceles de Trump no pueden quedar sin respuesta”, si bien hay debate sobre qué productos apuntar, pues cada país defiende sus industrias estratégicas y teme una escalada que les perjudique.

Mirada histórica: por qué las guerras comerciales siempre fracasan
Llegados a este punto, quiero ofrecer una reflexión personal, apoyada en lecciones de la historia económica: las guerras comerciales suelen ser políticas inútiles e incluso contraproducentes. Trump defiende sus aranceles bajo la premisa de proteger la industria doméstica y corregir desequilibrios comerciales. Sin embargo, los precedentes indican que este tipo de medidas rara vez logra sus objetivos y a menudo generan daños colaterales graves en la economía propia.
Un ejemplo elocuente lo encontramos en los aranceles al acero de 2002 impulsados por el entonces presidente George W. Bush. Buscando proteger a los siderúrgicos estadounidenses, Bush impuso tarifas de hasta 30% a las importaciones de acero. ¿El resultado? Un estudio posterior mostró que más trabajadores estadounidenses perdieron su empleo por el encarecimiento del acero que los que trabajaban en toda la industria siderúrgica nacional (Lessons from the Bush US Steel Tariffs | Tax Foundation). Muchas empresas manufactureras que consumían acero (automotrices, maquinaria, construcción…) sufrieron costes mayores, redujeron producción e incluso cerraron, eliminando decenas de miles de puestos de trabajo, mientras que el sector protegido apenas mejoró sus números. Ante la presión interna y las amenazas de retaliación de la Unión Europea (que apuntó a productos emblemáticos como cítricos de Florida), Bush retiró los aranceles en menos de dos años. La lección quedó clara: “el impacto a largo plazo de los aranceles son precios más altos y menos demanda, lo que deriva en negocios perdidos, empleo reducido y crecimiento más lento” En otras palabras, un tiro en el pie, cosa que ya hemos copiado en Europa en otras lides.
La guerra comercial entre EE.UU. y China en 2018-2019 ofrece otra lectura aleccionadora. Trump ya entonces aplicó aranceles de entre 10% y 25% a unos 300.000 millones de dólares en importaciones chinas (La Fed de Nueva York a Donald Trump por la guerra comercial con China: Las empresas estadounidenses sufren pérdidas), buscando forzar a Pekín a cambiar sus prácticas. China respondió con sus propios aranceles a productos estadounidenses (soja, aviación, autos). Diversos análisis indican que fue un perder-perder: “la mayoría de las empresas, estadounidenses, sufrieron grandes pérdidas de valor en bolsa los días de anuncios de aranceles, y esas pérdidas financieras se tradujeron posteriormente en reducciones de ganancias, empleo, ventas y productividad”, concluyó un estudio de la Reserva Federal de Nueva York. Lejos de revitalizar la manufactura norteamericana, los aranceles de 2018-19 afectaron negativamente el empleo en las industrias que pretendían proteger –al elevar los costos de insumos y provocar represalias–, y el déficit comercial de EE.UU. se mantuvo elevado (las importaciones desde China bajaron, sí, pero fueron sustituidas por importaciones desde otros países). Al final, ambas potencias firmaron a regañadientes una “fase uno” de acuerdo comercial en 2020 que apenas alivió tensiones y cumplió parcialmente las promesas de compras chinas de productos estadounidenses. La confianza empresarial tardó en recuperarse, y el contribuyente estadounidense pagó la factura vía multimillonarios subsidios otorgados a los agricultores perjudicados (más de 20.000 millones de dólares en ayudas federales para paliar la pérdida de mercados en China).
Si ampliamos aún más la perspectiva, la historia nos da un ejemplo paradigmático en la década de 1930. La aprobación en EE.UU. de la Tarifa Smoot-Hawley (1930), que elevó abruptamente los aranceles a más de 20.000 productos, desató una cascada de represalias globales. País tras país elevó sus propias barreras, contrayendo dramáticamente el comercio mundial. En pocos años, el valor de las exportaciones e importaciones estadounidenses se desplomó un 67% durante la Gran Depresión, agravando la crisis (Smoot–Hawley Tariff Act - Wikipedia). Hay consenso entre los historiadores económicos en que aquellos aranceles extremos empeoraron los efectos de la Gran Depresión, convirtiendo una recesión en un colapso global. Fue, por así decirlo, la madre de todas las guerras comerciales, y sus consecuencias fueron tan nefastas que desde entonces ha prevalecido la idea de que el proteccionismo indiscriminado es una medicina peor que la enfermedad.
En conclusión, la historia económica nos enseña que las guerras comerciales rara vez producen ganadores. A corto plazo, pueden ofrecer la ilusión de proteger ciertos empleos o industrias, e incluso proveer ingresos arancelarios al fisco (la Casa Blanca estima recaudar hasta 600.000 millones de dólares al año con los nuevos aranceles, lo que sería el mayor incremento impositivo en décadas. Pero ese “ingreso” es engañoso: proviene del bolsillo de empresas y consumidores nacionales que pagan más por los bienes importados. Es, en efecto, un impuesto oculto al consumo. Mientras tanto, las contramedidas extranjeras hunden las exportaciones y dañan sectores competitivos. Hoy, en 2025, nos encontramos en un escenario donde Estados Unidos arriesga una recesión autoinducida por política comercial. Europa y el mundo observan con preocupación cómo el orden comercial basado en reglas se tambalea.
Como analista de mercados y testigo de estos vaivenes, opino que Trump está repitiendo errores casi calcados de episodios anteriores. El contexto geopolítico podrá ser distinto, pero las leyes económicas fundamentales no han cambiado: la prosperidad de un país difícilmente se consigue levantando muros comerciales. Al contrario, al encarecer insumos y bienes finales, los aranceles actúan como un freno a la producción y al consumo. En última instancia, terminan socavando la competitividad de las empresas nacionales que pretendían ayudar. En mi experiencia, los mercados ya están descontando este desenlace: la reciente caída de las bolsas y la huida hacia valores refugio reflejan que los inversores anticipan un menor crecimiento y mayores riesgos. No es el “Día de la Liberación”, como proclama Trump, sino más bien el día de la advertencia: la economía mundial está tan interconectada que una guerra comercial a gran escala puede desencadenar una recesión global –un escenario que todos queremos evitar.
En este análisis he citado las reacciones y datos de medios reconocidos –desde Financial Times hasta Expansión– y la evidencia histórica para sustentar mis conclusiones. Mi punto de vista crítico es que, más allá de la retórica política, la ineficacia de las guerras comerciales está ampliamente documentada. En lugar de repetir los errores de 1930, 2002 o 2018, sería deseable que EE.UU. y sus socios optaran por la negociación y la cooperación para resolver los desequilibrios comerciales. Lamentablemente, por ahora nos encaminamos en la dirección opuesta. Como experto en mercados, seguiré de cerca esta turbulenta partida de ajedrez arancelario, confiando en que impere la cordura antes de que se materialice el jaque mate de la recesión.
¿No suena todo esto a una maniobra para hacer caer unos mercados excesivamente hinchados, depreciar el dólar para rebajar los intereses que se pagan por una deuda ridícula en EE.UU. y a acuerdos en los pasillos previamente a estos comunicados? A lo mejor no tiene nada que ver con que los intereses que se pagan por la deuda son ya superiores al presupuesto de defensa en estados unidos en concreto en 20.000 millones (850.000 millones en defensa y 870.000 en intereses sobre la deuda) Mirad el bono a 10 (se supone el refugio natural del capital ante la incertidumbre)

Propuesta personal…
Muchas veces quejarse y no aportar soluciones está enclavado en lo normal, pero cambiemos eso juntos. A cada queja de algo que no nos guste intentemos aportar al menos un par de soluciones.
¿Qué pasaría si ante esta crisis global en vez de contratacar con más aranceles, buscamos otros socios comerciales a los que les quitamos el 100% de los aranceles y creamos un comercio global que arrincone a EEUU? Imaginad que india, china, japón, corea etc… no tuvieran ningún tipo de arancel y que ellos accedieran a eliminar aranceles para nosotros también… haríasmos un comercio libre entre las principales potencias del mundo para permitir a la ley de oferta y demanda trabajar libremente y hacer que los mejores productos, sean los que más se venden.
¿Dónde se quedaría EE.UU. en 5 años?
Otra idea que seguro que a más de uno igual les levanta ampollas.
Imaginad que pactamos con Rusia un alto el fuego y se eliminan todas las barreras comerciales y bloqueos… Hacer borrón y cuenta nueva después de miles de muertos es muy difícil, doloroso y casi irrespetuoso para los que ya han caído en tan brutal contienda, pero la alternativa es claramente peor, seguir en guerra, no disponer de recursos a buen precio y poner un poderoso enemigo como aliado mientras se salvan cientos de vidas que no estarían en un futuro cercano a mi (tachadme de humanista y naif si así lo queréis) me parece un mejor plan que continuar con el bloqueo numero 17 después de la patochada de 16 paquetes de bloqueos que solo han servido para debilitar financiera, estratégica y defensivamente a Europa.
A veces el mejor desprecio es no hacer aprecio (frase de mi madre, que cuánta razón tenía)
Javier Etcheverry
| MBA | EFA | CEO | Professional Investor | International Speaker | Economic Collaborator in Media | Markets Analyst | Trading Strategy Developer | Trading Tools Designer
Co-founder Daiko Markets
Co-founder Zachebor Inversiones
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Como experto en mercados, no puedo escribir este artículo sin contextualizar y analizar las recientes medidas arancelarias anunciadas por Donald Trump. En este artículo vais a encontrar infinidad de referencias a los medios de los que he tomado datos para mostrar el rigor necesario de un artículo sobre un suceso que claramente será un hito en la historia moderna, ¿hito positivo o negativo? Vamos a comentarlo aquí.
El presidente estadounidense ha lanzado la mayor andanada proteccionista de las últimas décadas, declarando el “Día de la Liberación” comercial con una serie de aranceles generalizados. En concreto, Trump ha impuesto aranceles argumentando que va a ajustar su política arancelaria en base a los aranceles que EE.UU. sufre por parte del resto del mundo, dice que no va a igualar los aranceles que el mundo ha puesto a EE.UU. porque no podrían pagarlos y se convertiría en una crisis global, pero que va a cargar la mitad de los que le cargan a EE.UU. por ejemplo en el caso de Europa, ascienden a cifras del 20% a las importaciones de la Unión Europea y del 34% a las de China, además de un gravamen mínimo del 10% a todos los bienes importados del mundo. Se incluyen también medidas específicas, como aranceles del 25% a la importación de automóviles extranjeros (efectivos desde ya) y porcentajes similares o superiores para países como Japón (24%), Corea del Sur (25%) o Taiwán (32%) En otras palabras, casi ningún socio comercial de EE.UU. queda al margen: Trump había prometido aranceles “recíprocos” contra aliados y rivales por igual, y lo ha cumplido elevando abruptamente la barrera arancelaria estadounidense.
Los principales medios económicos internacionales han descrito el alcance de estas medidas con alarma. The Wall Street Journal, por ejemplo, señala que la Casa Blanca busca establecer aranceles medios en torno al 15% sobre todos los socios comerciales de EE.UU. (Goldman Sachs Lifts U.S. Recession Probability to 35% - WSJ), afectando a un volumen de importaciones sin precedentes. La retórica oficial habla de “reciprocidad”, pero en la práctica estos gravámenes no guardan proporción directa con los aranceles que esos países aplican a los productos estadounidenses (La guerra comercial de Trump amenaza con provocar una recesión en Estados Unidos | Economía | EL PAÍS). La incertidumbre generada por anuncios erráticos y amenazas de más aranceles ya ha tenido impacto: la economía de EE.UU., que hace poco mostraba un crecimiento robusto y pleno empleo, empieza a dar síntomas de enfriamiento. La volatilidad en Wall Street se ha disparado y los inversores buscan refugio en activos seguros (el oro marcó máximos históricos) ante el temor a que esta guerra comercial pueda desencadenar una recesión (La guerra comercial de Trump amenaza con provocar una recesión en Estados Unidos | Economía | EL PAÍS). De hecho, la mera expectativa de estas medidas hizo que la bolsa estadounidense encadenase varias sesiones a la baja.
Wall Street advierte sobre recesión inminente
Las reacciones de las principales firmas de inversión globales no se han hecho esperar. En informes recientes, Goldman Sachs elevó la probabilidad de que EE.UU. entre en recesión al 35% en los próximos 12 meses, casi el doble de lo que estimaba antes (Goldman Sachs Lifts U.S. Recession Probability to 35% - WSJ). Sus economistas explican que esta actualización (desde un 20% previo) refleja “una base de crecimiento más baja, el marcado deterioro de la confianza de hogares y empresas, y señales desde la Casa Blanca de mayor disposición a tolerar debilidad económica a corto plazo en pos de sus políticas” (Wall Street firms see recession risk rising over tariff threats, trade war | Fox Business). Goldman también recortó su pronóstico de crecimiento del PIB estadounidense para 2025 a apenas un 1-1.5% (frente al ~2% anterior) y anticipa al menos tres recortes de tipos de la Reserva Federal este año para contrarrestar el frenazo. Paradójicamente, estima que la inflación repuntará hacia el 3.5% anual por el encarecimiento de importaciones configurando un escenario de estanflación latente.
Por su parte, JPMorgan Chase –el mayor banco de EE.UU.– advierte de un riesgo aún mayor. Su economista jefe, Bruce Kasman, sitúa ahora en 40% la probabilidad de recesión, desde un 30% previo. JPMorgan calcula que la nueva oleada de aranceles elevará el arancel efectivo promedio por encima del 10%, restando alrededor de 0,5 puntos porcentuales al crecimiento del PIB de EE.UU. (y mundial) en 2025 (JPMorgan eleva al 40% la probabilidad de recesión en EE.UU. | Benzinga España). Aunque ese impacto directo parece manejable, Kasman subraya que existe una “triple amenaza” que podría agravar la situación: primero, una erosión de la confianza inversora ante un entorno regulatorio impredecible; segundo, disrupciones en las cadenas de suministro globales (por restricciones comerciales y migratorias); y tercero, la posibilidad de una inflación al alza que limite el margen de actuación de la Reserva Federal. Si estos factores se combinan, advierte JPMorgan, incluso una economía que aún es fundamentalmente sólida podría descarrilar. No en vano, “la confianza de consumidores y empresas ya está disminuyendo” –el índice de sentimiento del consumidor de la Univ. de Michigan cayó a mínimos de tres años– y las encuestas apuntan a una caída en los planes de inversión empresarial. Varios indicadores adelantados de la Fed muestran una desaceleración marcada en la actividad a corto plazo.
Otras voces de peso coinciden en el diagnóstico sombrío. Mark Zandi, economista jefe de Moody’s Analytics, declaró que ha aumentado su estimación de probabilidad de recesión en 2025 al 40% (desde solo 15% a inicios de año) (La guerra comercial de Trump amenaza con provocar una recesión en Estados Unidos | Economía | EL PAÍS), citando la “caída en picado” de la confianza del consumidor y el gasto reciente “La intensificación de la guerra comercial... está detrás de todo esto y, con los nuevos aranceles a los vehículos y aranceles recíprocos, las cosas seguramente empeorarán”, añadió Zandi. Incluso firmas habitualmente optimistas como BlackRock se muestran cautelosas: su CEO Larry Fink ha señalado la creciente preocupación en Wall Street por los efectos de estas políticas, aunque algunos inversores intenten aprovechar la volatilidad. En general, los grandes bancos de inversión han ajustado sus modelos: se recortan previsiones de beneficios empresariales (Goldman redujo su meta del S&P 500 de 6200 a 5700 puntos (Goldman Sachs eleva a 35% la probabilidad de recesión para EU), se anticipan despidos en sectores expuestos y se destaca qué sectores sufrirán más.
¿Qué sectores son los más afectados? En el epicentro está la industria manufacturera y tecnológica, muy dependiente de las cadenas globales de suministro. Empresas como Apple, Tesla o Boeing ya acusan caídas en bolsa ante la expectativa de costes mayores y represalias extranjeras. Sin embargo, la automoción es quizás el sector más golpeado directamente. Los aranceles del 25% a los coches importados encarecerán no solo los vehículos extranjeros en EE.UU., sino también los nacionales, pues muchas piezas vienen de fuera. La agencia Fitch calcula que las ventas de autos ligeros en EE.UU. caerán a 16 millones de unidades en 2025, unas 300.000 menos de lo previsto antes de los aranceles (Aranceles a autos que impuso Trump elevarán los precios y golpearán la demanda: Fitch). Los fabricantes trasladarán parte del sobrecoste al precio final, pudiendo minar la demanda, y enfrentarán trastornos logísticos: “algunos fabricantes no podrán subir precios lo suficiente para cubrir el arancel de 25% y verán sus márgenes reducidos”, advierte Fitch. También señala que gravar las autopartes puede generar cuellos de botella, retrasos y disrupciones en la compleja cadena de suministro automotriz. Además de la automoción, sectores como la agricultura estadounidense temen represalias (China y Europa podrían restringir importaciones de soja, carne o lácteos de EE.UU.), y el sector minorista alerta de que los consumidores pagarán la factura en forma de precios más altos en todo, desde ropa hasta electrónica.
Impacto en Europa y España: entre la respuesta y la vulnerabilidad
Las repercusiones de esta guerra arancelaria cruzarán el Atlántico con fuerza. Europa, que ya lidiaba con perspectivas de crecimiento modestas, encara ahora un golpe doble: por un lado, sus exportaciones hacia EE.UU. se encarecen; por otro, la incertidumbre global lastra la inversión y los mercados financieros. La Comisión Europea ha endurecido el tono y promete responder. “Todas las opciones están sobre la mesa”, afirmó Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión, quien calificó los aranceles de Trump de “error” y advirtió que la UE tiene un “plan sólido para tomar represalias” (La UE, dispuesta a enfrentarse a los aranceles de Trump para proteger su Economía | Euronews).
Bruselas llevaba meses preparando contramedidas –que incluyen aranceles espejo sobre productos estadounidenses emblemáticos–, aunque ha decidido aplazar su implementación hasta mediados de abril para dar una ventana al diálogo. Aun así, la UE deja claro que “no dudará en tomar contramedidas firmes” si Washington no rectifica. En el Parlamento Europeo, Von der Leyen recordó la fortaleza del bloque: “Tenemos el mayor mercado único del mundo... la fuerza para negociar y para rechazar [imposiciones]… Europa no inició esta confrontación y siempre defenderemos nuestros intereses” La prioridad europea, insiste, es evitar una guerra comercial total mediante una solución negociada, porque “esta confrontación no beneficia a nadie” y podría tener “consecuencias económicas desastrosas” en un momento de frágil recuperación global.
España, como parte de la UE, se ve implicada en la respuesta común, pero también tiene sensibilidades propias. El gobierno español ya ha manifestado su preocupación: el presidente Pedro Sánchez anunció la creación de una comisión interministerial para el plan anti aranceles, coordinando acciones para proteger los sectores nacionales más expuestos (La guerra comercial de Trump amenaza con provocar una recesión en Estados Unidos | Economía | EL PAÍS). Entre ellos destaca el sector automovilístico, pilar industrial español, que podría sufrir indirectamente por los aranceles a los coches europeos (España es un gran productor y exportador de vehículos, principalmente bajo marcas extranjeras).
Si las exportaciones de automóviles europeos hacia EE.UU. se encarecen un 25%, fabricantes con plantas en España (como SEAT-Volkswagen, Renault, PSA, etc.) podrían ver reducida la demanda externa o verse forzados a recortar producción. Según Expansión, la asociación de fabricantes ANFAC advierte que estos aranceles “ponen en riesgo miles de empleos en la cadena de valor automotriz española”, tanto en montaje como en componentes.
El sector agroalimentario español también está en guardia. Productos emblemáticos como el aceite de oliva, el vino, el queso manchego o las aceitunas de mesa ya sufrieron aranceles estadounidenses en disputas previas (recordemos los aranceles de 2019 por el caso Airbus). Ahora, un arancel general del 10% encarecerá de nuevo estos bienes en EE.UU., pudiendo provocar pérdida de cuota de mercado frente a competidores de otros países no gravados. España, uno de los mayores exportadores mundiales de aceite de oliva, teme una caída de ventas en Norteamérica y ha pedido a la UE apoyo para compensar a los agricultores si la guerra comercial se prolonga.
En cuanto a energía, el impacto es más complejo. España importa gas natural licuado (GNL) de Estados Unidos, pero esos flujos no están (de momento) sujetos a arancel. Sin embargo, ha surgido un elemento inesperado: Trump habilitó a su Secretario de Estado para imponer un 25% de arancel a cualquier país que importe petróleo de Venezuela, incluyendo a España (La guerra comercial de Trump amenaza con provocar una recesión en Estados Unidos | Economía | EL PAÍS). Esta medida “secundaria” busca presionar al régimen venezolano, pero podría afectar a compañías españolas que refinen crudo venezolano. Repsol, por ejemplo, se vería ante la disyuntiva de asumir ese sobrecoste o buscar proveedores alternativos. Además, si la relación transatlántica continúa deteriorándose, no se descarta que la UE contraataque en el sector energético, quizá gravando exportaciones de gas o combustible estadounidenses, lo que encarecería la energía importada, lo cual nos muestra de nuevo que las políticas de protección de la unión europea son siempre las del tiro en el pie… ¿No se dan cuenta que encarecer con aranceles esas importaciones solo nos pone más cara la energía? En vez de buscar nuevo aliados y crear puentes intentamos pelear haciendo daño a nuestra economía con tal de fastidiar a un competidos para que que no tenemos repuesto.
La respuesta de la UE han dicho que será calibrada para causar dolor político en EE.UU. minimizando a la vez el daño interno. Se habla de focalizar los aranceles de represalia en productos estadounidenses simbólicos (whisky bourbon, motocicletas, vaqueros, etc., como se hizo en el pasado) para presionar a los políticos de estados clave. Pero a diferencia de episodios anteriores, Bruselas podría ir más allá del tradicional ojo por ojo en bienes, e incluir también servicios en su contraataque (La UE, dispuesta a enfrentarse a los aranceles de Trump para proteger su Economía | Euronews). Conviene recordar que, aunque EE.UU. tiene déficit en bienes con la UE (156.600 millones de euros en 2023), disfruta de un superávit en servicios (108.600 millones). Una restricción europea en áreas como servicios financieros, consultoría o licitaciones públicas dañaría a empresas norteamericanas líderes en esos campos. En todo caso, los 27 están tratando de mantener un frente unido: todos coinciden en que “los aranceles de Trump no pueden quedar sin respuesta”, si bien hay debate sobre qué productos apuntar, pues cada país defiende sus industrias estratégicas y teme una escalada que les perjudique.
Mirada histórica: por qué las guerras comerciales siempre fracasan
Llegados a este punto, quiero ofrecer una reflexión personal, apoyada en lecciones de la historia económica: las guerras comerciales suelen ser políticas inútiles e incluso contraproducentes. Trump defiende sus aranceles bajo la premisa de proteger la industria doméstica y corregir desequilibrios comerciales. Sin embargo, los precedentes indican que este tipo de medidas rara vez logra sus objetivos y a menudo generan daños colaterales graves en la economía propia.
Un ejemplo elocuente lo encontramos en los aranceles al acero de 2002 impulsados por el entonces presidente George W. Bush. Buscando proteger a los siderúrgicos estadounidenses, Bush impuso tarifas de hasta 30% a las importaciones de acero. ¿El resultado? Un estudio posterior mostró que más trabajadores estadounidenses perdieron su empleo por el encarecimiento del acero que los que trabajaban en toda la industria siderúrgica nacional (Lessons from the Bush US Steel Tariffs | Tax Foundation). Muchas empresas manufactureras que consumían acero (automotrices, maquinaria, construcción…) sufrieron costes mayores, redujeron producción e incluso cerraron, eliminando decenas de miles de puestos de trabajo, mientras que el sector protegido apenas mejoró sus números. Ante la presión interna y las amenazas de retaliación de la Unión Europea (que apuntó a productos emblemáticos como cítricos de Florida), Bush retiró los aranceles en menos de dos años. La lección quedó clara: “el impacto a largo plazo de los aranceles son precios más altos y menos demanda, lo que deriva en negocios perdidos, empleo reducido y crecimiento más lento” En otras palabras, un tiro en el pie, cosa que ya hemos copiado en Europa en otras lides.
La guerra comercial entre EE.UU. y China en 2018-2019 ofrece otra lectura aleccionadora. Trump ya entonces aplicó aranceles de entre 10% y 25% a unos 300.000 millones de dólares en importaciones chinas (La Fed de Nueva York a Donald Trump por la guerra comercial con China: Las empresas estadounidenses sufren pérdidas), buscando forzar a Pekín a cambiar sus prácticas. China respondió con sus propios aranceles a productos estadounidenses (soja, aviación, autos). Diversos análisis indican que fue un perder-perder: “la mayoría de las empresas, estadounidenses, sufrieron grandes pérdidas de valor en bolsa los días de anuncios de aranceles, y esas pérdidas financieras se tradujeron posteriormente en reducciones de ganancias, empleo, ventas y productividad”, concluyó un estudio de la Reserva Federal de Nueva York. Lejos de revitalizar la manufactura norteamericana, los aranceles de 2018-19 afectaron negativamente el empleo en las industrias que pretendían proteger –al elevar los costos de insumos y provocar represalias–, y el déficit comercial de EE.UU. se mantuvo elevado (las importaciones desde China bajaron, sí, pero fueron sustituidas por importaciones desde otros países). Al final, ambas potencias firmaron a regañadientes una “fase uno” de acuerdo comercial en 2020 que apenas alivió tensiones y cumplió parcialmente las promesas de compras chinas de productos estadounidenses. La confianza empresarial tardó en recuperarse, y el contribuyente estadounidense pagó la factura vía multimillonarios subsidios otorgados a los agricultores perjudicados (más de 20.000 millones de dólares en ayudas federales para paliar la pérdida de mercados en China).
Si ampliamos aún más la perspectiva, la historia nos da un ejemplo paradigmático en la década de 1930. La aprobación en EE.UU. de la Tarifa Smoot-Hawley (1930), que elevó abruptamente los aranceles a más de 20.000 productos, desató una cascada de represalias globales. País tras país elevó sus propias barreras, contrayendo dramáticamente el comercio mundial. En pocos años, el valor de las exportaciones e importaciones estadounidenses se desplomó un 67% durante la Gran Depresión, agravando la crisis (Smoot–Hawley Tariff Act - Wikipedia). Hay consenso entre los historiadores económicos en que aquellos aranceles extremos empeoraron los efectos de la Gran Depresión, convirtiendo una recesión en un colapso global. Fue, por así decirlo, la madre de todas las guerras comerciales, y sus consecuencias fueron tan nefastas que desde entonces ha prevalecido la idea de que el proteccionismo indiscriminado es una medicina peor que la enfermedad.
En conclusión, la historia económica nos enseña que las guerras comerciales rara vez producen ganadores. A corto plazo, pueden ofrecer la ilusión de proteger ciertos empleos o industrias, e incluso proveer ingresos arancelarios al fisco (la Casa Blanca estima recaudar hasta 600.000 millones de dólares al año con los nuevos aranceles, lo que sería el mayor incremento impositivo en décadas. Pero ese “ingreso” es engañoso: proviene del bolsillo de empresas y consumidores nacionales que pagan más por los bienes importados. Es, en efecto, un impuesto oculto al consumo. Mientras tanto, las contramedidas extranjeras hunden las exportaciones y dañan sectores competitivos. Hoy, en 2025, nos encontramos en un escenario donde Estados Unidos arriesga una recesión autoinducida por política comercial. Europa y el mundo observan con preocupación cómo el orden comercial basado en reglas se tambalea.
Como analista de mercados y testigo de estos vaivenes, opino que Trump está repitiendo errores casi calcados de episodios anteriores. El contexto geopolítico podrá ser distinto, pero las leyes económicas fundamentales no han cambiado: la prosperidad de un país difícilmente se consigue levantando muros comerciales. Al contrario, al encarecer insumos y bienes finales, los aranceles actúan como un freno a la producción y al consumo. En última instancia, terminan socavando la competitividad de las empresas nacionales que pretendían ayudar. En mi experiencia, los mercados ya están descontando este desenlace: la reciente caída de las bolsas y la huida hacia valores refugio reflejan que los inversores anticipan un menor crecimiento y mayores riesgos. No es el “Día de la Liberación”, como proclama Trump, sino más bien el día de la advertencia: la economía mundial está tan interconectada que una guerra comercial a gran escala puede desencadenar una recesión global –un escenario que todos queremos evitar.
En este análisis he citado las reacciones y datos de medios reconocidos –desde Financial Times hasta Expansión– y la evidencia histórica para sustentar mis conclusiones. Mi punto de vista crítico es que, más allá de la retórica política, la ineficacia de las guerras comerciales está ampliamente documentada. En lugar de repetir los errores de 1930, 2002 o 2018, sería deseable que EE.UU. y sus socios optaran por la negociación y la cooperación para resolver los desequilibrios comerciales. Lamentablemente, por ahora nos encaminamos en la dirección opuesta. Como experto en mercados, seguiré de cerca esta turbulenta partida de ajedrez arancelario, confiando en que impere la cordura antes de que se materialice el jaque mate de la recesión.
¿No suena todo esto a una maniobra para hacer caer unos mercados excesivamente hinchados, depreciar el dólar para rebajar los intereses que se pagan por una deuda ridícula en EE.UU. y a acuerdos en los pasillos previamente a estos comunicados? A lo mejor no tiene nada que ver con que los intereses que se pagan por la deuda son ya superiores al presupuesto de defensa en estados unidos en concreto en 20.000 millones (850.000 millones en defensa y 870.000 en intereses sobre la deuda) Mirad el bono a 10 (se supone el refugio natural del capital ante la incertidumbre)
Propuesta personal…
Muchas veces quejarse y no aportar soluciones está enclavado en lo normal, pero cambiemos eso juntos. A cada queja de algo que no nos guste intentemos aportar al menos un par de soluciones.
¿Qué pasaría si ante esta crisis global en vez de contratacar con más aranceles, buscamos otros socios comerciales a los que les quitamos el 100% de los aranceles y creamos un comercio global que arrincone a EEUU? Imaginad que india, china, japón, corea etc… no tuvieran ningún tipo de arancel y que ellos accedieran a eliminar aranceles para nosotros también… haríasmos un comercio libre entre las principales potencias del mundo para permitir a la ley de oferta y demanda trabajar libremente y hacer que los mejores productos, sean los que más se venden.
¿Dónde se quedaría EE.UU. en 5 años?
Otra idea que seguro que a más de uno igual les levanta ampollas.
Imaginad que pactamos con Rusia un alto el fuego y se eliminan todas las barreras comerciales y bloqueos… Hacer borrón y cuenta nueva después de miles de muertos es muy difícil, doloroso y casi irrespetuoso para los que ya han caído en tan brutal contienda, pero la alternativa es claramente peor, seguir en guerra, no disponer de recursos a buen precio y poner un poderoso enemigo como aliado mientras se salvan cientos de vidas que no estarían en un futuro cercano a mi (tachadme de humanista y naif si así lo queréis) me parece un mejor plan que continuar con el bloqueo numero 17 después de la patochada de 16 paquetes de bloqueos que solo han servido para debilitar financiera, estratégica y defensivamente a Europa.
A veces el mejor desprecio es no hacer aprecio (frase de mi madre, que cuánta razón tenía)
Javier Etcheverry
| MBA | EFA | CEO | Professional Investor | International Speaker | Economic Collaborator in Media | Markets Analyst | Trading Strategy Developer | Trading Tools Designer
Co-founder Daiko Markets
Co-founder Zachebor Inversiones
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